
Aún rebotan en mi cabeza las palabras que, procedentes de tu boca, me invitaban a besarte. Empaparon mis oídos como el humo que llenaba la sala se pegó a la chaqueta que te escudaba. Quizá esa fuera la barrera o la excusa. O quizá me frenó la sombra del pasado que nublaba tu pupila dejando un rastro de tristeza y contradiciendo a tus labios. Terminó la música, encendieron las luces del bar y no te besé. Ante la puerta del coche nos despedimos con frases gastadas y deseo castrado. Quizá mañana te vuelva a ver; quizá mañana sea tarde.