
Parecía que la tarde no tendría fin, pero sabía que, como ayer, el último rayo de luz entraría por la ventana dibujando por última vez la silueta de tu cuerpo y después, como ayer, saldrías corriendo y la oscuridad ocuparía tu puesto. No por eso me apené: apuré hasta la última gota; agoté todos los besos; te besé hasta que el último rayo dibujó la silueta de tu cuerpo. Porque sabía que mientras hubiera luz, estarías; mientras estuvieras, había que vivir.