
Poco a poco me fui despojando de capas: primero me quité la vergüenza; después, los prejuicios, las culpas, envidias… Los miedos se resistieron, pero poco a poco también los fui desterrando. Conforme pasaban los años, fui rechazando lo que me impedía crecer. No resultó fácil desnudarme así, como una cebolla, por eso también más de una vez lloré. Aún me quedan capas; trabas que ni siquiera he reconocido y mantas que me protegen. Pero seguiré desarropándome paso a paso, porque cuando quite la última ya no quedará nada.