
No me gustan las prisas aunque reconozco que alguna vez corrí. Ansioso por alcanzar el final aceleré trayectos, precipité amores, apresuré juicios, volé sin tocar la vereda. Y al llegar, nada. Entonces, miré atrás y evoqué los espacios perdidos, las rutas difuminadas, los caminos no percibidos. Entonces bajé el ritmo. Ahora no corro. Camino y paladeo el momento como el caracol saborea con su vientre cada milímetro de la tierra por la que resbala.