
Brindamos y bebimos. Entre trago y trago derramamos besos, mordiscos y respiraciones asistidas como si necesitáramos el aire ajeno para sobrevivir. Bebimos y brindamos y volvimos a beber hasta que la botella de champán acabó boca abajo sin añadir una sola gota sobre el lavabo repleto de hielo en que intentaba enfriarse. Queríamos más tragos para acompañar los bocados pero no quedaban botellas y bajé a la cafetería a por provisiones. De regreso, estalló la tormenta y todo el elixir ingerido se alzó en marejada en el interior de mi mollera que se agitaba con el oleaje hasta hacerme perder el rumbo. Mientras mi cuerpo permanecía parado frente al infinito pasillo de puertas gemelas, mi cabeza giraba en torno suyo tratando de encontrar la entrada correcta. Entretanto, Penélope sin ropa cubría su su cuerpo con la colcha lamentándose sin consuelo y tratando de averiguar la causa de mi fuga.