
Podríamos plastificar el mar, ya puestos,
encerrarlo en un charco,
enterrar sus corrientes y su falta de tacto al bramar.
Podríamos tratar de amarrarlo
cuando levante las olas, y ruja, y no nos mire;
cuando deje restos de nuestros propios desperdicios tras la resaca.
podríamos pedirle suavemente que nos comprenda;
mirarle fijamente y mentir.
Pero la espuma dejará inexorablemente un cerco en nuestras ropas
en forma de cadenas liberadas.
si, libres, al fin.
Texto extraído de Naturaleza Disonante de Miriam de Los Ríos Anaya