
Los viernes llega el hijo de la capital. Lo primero que hace nada más entrar entrar es tirar la bolsa de ropa sucia en la puerta y subir a su antiguo cuarto: revuelve armarios y cajones dejando todo manga por hombro. Después baja hecho un pincel y se pasea por la cocina, levanta las tapaderas y chuperretea todos los guisos. Entonces se acuerda, me abraza y dice: “La verdad, Madre, da gusto llegar a casa. Me marcho que he quedado”.