
Obdulio Chaves se levantó aquella mañana como todas las mañanas. En vez de mirar al reloj se asomó a la ventana y comprobó que el sol comenzaba a asomar por la loma. No hay derecho, pensó con las lágrimas a punto de brotar y miró de soslayo a la cama vacía. Después de asearse un poco, sin prisa ni entusiasmo se vistió con la misma ropa que el día anterior había dejado sobre la silla y en la cocina se preparó un tazón de sopas de leche aguadas con llanto. Recogió todo meticulosamente y se sentó a mirar las paredes, los enseres, el suelo, la silla de enfrente vacía. Así pasaron varias horas, o minutos, quizá días y se levantó. Salió al corral y cogió algo de leña. Hacía frío.