
A diario no necesito consultar el reloj. Sé que voy a tiempo cuando, al salir de casa, me cruzo con el del siete paseando al perro. Los niños del tercero juguetean alrededor del coche mientras la madre, desquiciada, intenta meterlos dentro para llevarlos al colegio. El barrendero ya ha llegado a la esquina con la calle principal y el camión de reparto diario se detiene, apurando frenos, frente a la panadería. Si voy demasiado pronto, aún no has salido a limpiar el balcón. Entonces me detengo, disimulando consultar el teléfono y espero hasta que apareces. Me deleito unos segundos contemplándote y sigo, feliz, rumbo al trabajo.