
Sé que habría podido llegar a amarla. Sus ojos, de un color indeciso, reflejaban todas las tonalidades de los lugares donde me gusta perderme: verde bosque, mar turquesa, amarilla duna. Sé que habría podido llegar a amarla. Como una promesa, su boca, nunca cerrada, pronunciaba los sueños de mis desvelos y anunciaba besos para el menú de cada día. Sé que habría podido llegar a amarla porque su cuerpo imperfecto reclamaba a gritos mis manos para desbaratar certidumbres y moldear dudas. Horas antes de abandonar definitivamente la ciudad pasé por última vez bajo su ventana y me despedí en silencio. Sé que habría podido llegar a amarla pero nunca nos dirigimos la palabra.