
Perdimos la cuenta. Casi siempre perdemos la cuenta y no queda más remedio que confiar en la honradez del camarero. Tenemos cosas más importantes de que ocuparnos: el valor de una sonrisa, la complicidad de una mirada, la inmortalidad de la música… y mientras, siguen llegando botellas llenas que se vacían entre palabras cada vez más atropelladas: pensamientos filosóficos que escribimos en servilletas de papel sobre una mesa sudorosa.