
“Hoy puede ser un gran día”, dijo sin mucho convencimiento, sólo por alejar el silencio. “¿Tú crees?” Le contestó ella escéptica. “No, para que fuera un gran día necesitaría tener mucho dinero”, replicó él. “Y llenar la habitación de velas y quedarnos en la cama toda la mañana”, siguió ella mientras colocaba los cacharros del desayuno en el fregadero. El silencio regresó y ellos continuaron con sus tareas cotidianas, como todas las mañanas, sin apenas mirarse a los ojos.