
Una vez que todo estuvo preparado para el desfile, el público asistente -debidamente retenido por las vallas de seguridad- se agolpó hacia la primera fila para no perder de vista ni un solo pez gordo. Mientras, por la gran avenida engalanada, marchaban mostrando orgullosos sus agallas emperejiladas, todos los que se creían de casta: Meros atunes merluzos decrépitos y rancios.