
Volví a mirar el reloj. Incomprensible. Tras pensar en una nueva justificación miré de nuevo el reloj. Seguía sin aparecer. Oteé a lo lejos esperando encontrarme con su esbelta silueta pero seguía sin llegar. Se hacía tarde. Debería irme, pensé, ya no va a venir. Mirar al reloj y a continuación al horizonte ya se había convertido en un tic. Me fijé hitos: cuando la aguja llegue a los cuartos; cuando ese señor del fondo alcance la ventana; cuando se apague aquella luz me voy. Pero siempre que me disponía a marchar, algo sucedía que me empujaba a quedarme. Finalmente casi todos se fueron; hasta el último momento, sólo me acompañó su retraso.