
Echabas de menos el mar caminando sobre la acera. Echabas de menos el mar y busqué para ti una ribera. “Aquí no hay olas”, lamentaste renunciando a perder el horizonte. Y las gaviotas reían volando siempre a ninguna parte. A falta de sal te ofrecí el sabor de mi cuerpo y, por arena, una manta cobijó los castillos de besos. Pero echabas de menos tu mar cuando te quise en la meseta: mi agua, cierto, no es igual y te marchaste de mi vera.