
Nada más conocerme te cautivó mi aire desaliñado y ese toque audaz en la mirada aunque meses después te esforzaras en que me arreglara y no desviase la vista. Pronto me identifiqué con aquella playa a la que cada año te empeñabas en regresar porque un día te enamoró su paz y un paisaje que hoy alteran con su alboroto todos los que, como tú, os obcecáis en controlar la belleza.