
Ambrosio siempre decía: “No hay mejor cosa que uno solo… llevándose bien”. Y ¡cuánta razón! Al poco de quedarme solo no lo pasé muy bien: tenía miedo y siempre echaba de menos algo o alguien. Pero de repente un día, casi sin darme cuenta, empecé a mirarme por dentro, a escucharme, a reconocerme y a quererme, con mis defectos y virtudes. O sea, como decía Ambrosio, a llevarme bien. Y desde entonces todo cambió, hasta las mañanas parecían más luminosos. Ahora nunca me encuentro solo porque siempre estoy muy bien acompañado: conmigo.