
Cuando, once meses antes, nos despedimos, un nudo en el estómago estriñó mis palabras; a pesar de eventuales flatulencias de fin de semana, la indigestión de sentimientos duró todo el invierno. Anoche volví a verla. Reía con sus amigas mientras esperaba el comienzo del baile y me miraba burlona por encima del vaso de refresco. Me senté a su lado y acerqué la rodilla; le pregunté por el curso, por las lluviosas tardes de domingo y por los soleados en el parque pero tanto mi boca como mis manos callaron la conversación deseada. Los retortijones no me han dejado dormir. Mañana, sin falta, se lo digo.