
Me senté a la orilla para dejar que las olas mojaran mis pies mientras las gaviotas revoloteaban alrededor. Atraído por el agua me lancé a nadar entre peces de colores. Una patada en el costado me alarmó. Entonces me di cuenta de que un bordillo de azulejos delimitaba los confines del mar y en vez de fina arena, pisaba césped gastado. No había gaviotas sino palomas urbanas y donde vi peces, otros bañistas acompañaban mi nado. Perplejo ante la realidad miré alrededor buscando refugio y encontré una sirena de piel tostada que me guiñaba sonriente.