
Con ella bajé a los infiernos. Ardían sus labios y con la lengua extendía llamas que abrasaban mis entrañas. Sus brazos prendían mi piel provocando escalofríos en vez de llagas y en ese calor consumía mi voluntad esperando nuevas chispas que deflagraran cada centímetro de mi cuerpo. Cuando ya me creía calcinado, ella abría el volcán entre sus piernas hasta achicharrarme. Sí, con ella bajé a los infiernos y me incendié en su hoguera pero sólo lograba reducirme a cenizas cuando atravesaba la puerta porque el verdadero infierno comenzaba cuando me dejaba solo en la habitación vacía.