
Cada vez que desenvolvíamos un bollo esperábamos con más ansia el sobre con el cromo que el sabor dulzón del pastel. El año que regalaron la colección de motos empezamos a crecer y cada estampa se convertía en un deseo. Los motoristas de la época sobre aquellas máquinas soñadas se convirtieron en ídolos y mientras llorábamos a nuestros padres suplicando un motor de baja cilindrada, recorríamos el barrio a pedales rugiendo revoluciones con la boca y girando el fijo puño derecho del manillar.