
Las últimas crecidas borraron las huellas de nuestros pasos por la orilla. Parece como si la lluvia quisiera empujarnos a olvidar que nos amamos junto al río mientras el viento ululando entre las ramas acompasaba los gemidos sobre el prado. Abril llovió con ganas y el agua se enfureció tanto que el caudal arrasó aquel lecho improvisado. Pero las rocas, con la memoria tan dura como su caparazón, recuerdan que nos amamos bajo su sombra y cada vez que regreso me lo cuentan con todo lujo de detalles.