
Hubo un tiempo en que la naturaleza nombraba a los lugares otorgando calificativos que definían sin dejar dudas el rincón designado. Si el viento había erosionado un pico, pasaba a llamarse “Cerro Mocho”; el segundo de los tres valles siempre era el “Valle de Enmedio”; la calle que conducía al lugar donde se separaba el trigo de la paja y en la que los amantes clandestinos se encontraban al caer la noche, “La Calle de las Eras”. Antes de que los ladrillos sustituyeran a las atochas, sobre el matorral se alzaba majestuoso un almendro que dio nombre a la ladera donde ahora habito. “La Ladera del Almendro” hoy sólo figura en los mapas antiguos y en su lugar aparecen nombres de actores flanqueados por altos edificios. Junto a uno de ellos decidimos plantar un almendro que tardará muchos años en parecerse a aquel que dio nombre a este sitio pero ya nos sirve para recordar y designar a este humilde rincón “La Casa de la Ladera del Almendro”.