
Nunca tuve paraguas. Quizá por eso recuerdo de manera especial los paseos que camino protegido bajo la lluvia. Como no me importa correr sobre los charcos nunca tuve paraguas pero me gusta el repiqueteo de las gotas sobre el tejado de nailon en las tardes de otoño. Cuando arrecia la tormenta me resguardo en un zaguán y veo chorrear el agua por los canalones pero ni en entonces quiero paraguas. Prefiero el tuyo. Para arrimarnos bajo el hogar plegable, sonreír cuando se rozan las manos, emparejar mis pasos con los tuyos y volver a mirarte a los ojos mientras fuera llueve.