
A mi abuelo le gustaba tomarse una copita de “aniz” de vez en cuando por eso nunca faltaba la frasca en casa. Cuando nos juntábamos toda la familia, raro era el día que no montábamos fiesta y entre otros sofisticados instrumentos (almirez, tapaderas, cucharas…) la botella de anís servía para marcar el tres por cuatro que acompañaba al cante y al baile. Después nos hicimos modernos y el tradicional envase se utilizó para denostar el folclore, relegando la bebida a un rincón del mueble bar. Reconozco, sin embargo, que a mí las modas nunca terminaron de convencerme. Por eso, aunque no me guste el sabor dulzón del licor, la botella de Castellana seguirá siempre conmigo para recordar con alegría todo aquello bueno que fuimos.
Al leer ésto, sin querer, me voy a la niñez, todos juntos con nuestros abuelos, y como no, con la botellita de “aniz” del abuelo que tanta gracia nos hacía.
Así es.