
Habíamos planificado el viaje durante meses, estudiado cada monumento, cada calle, cada tasca. Al salir del céntrico hotel iniciamos la ruta prevista dispuestos a no pasar por alto ningún rincón y reconocer en tres dimensiones todas las paredes de las fotos. Pero al comenzar el recorrido nos dimos cuenta de que la ciudad de los libros difería de la que pisábamos. Piedras muertas y rostros invisibles nos rodeaban mientras nos afanábamos buscando en los papeles la ciudad soñada.