
Un día una niña se olvidó de jugar y, de repente, comenzó a ver el mundo feo. Se tomó en serio los días y creyó que las cosas eran sólo lo que parecían. Se enfadó, claro y echó la culpa a los demás porque lo que veía no le gustaba. Cruzó los brazos, arrugó el morro y embadurnó la mirada con lágrimas. No se daba cuenta de que, cuanto más enfurruñada, más ciega. De pronto abrió los ojos. Halló un lapicero en una vara y un bloc en la arena. Y así, dibujando sus sueños, el mundo embelleció de nuevo.