
Los años, como las horas, llegan con la fuerza de una bocanada pero se escapan entre las manos sin dejarse retener. Como humo se desvanecen penas y alegrías dejando tan solo un aroma de momentos impregnado en el alma. Los días (los planetas) no tienen fronteras sino que, como una nube, los bordes se diluyen confundiendo principio y fin y sólo el sueño (o las montañas) separan hoy de mañana (tu casa de la mía). Nos han convencido los que se empeñan en inventar rayas, que cuando suenen las campanas comenzará algo nuevo. Quizá para entonces el humo ya se haya diluido. No esperes a la señal. Sé feliz. Ahora.