
Cada vez que su madre la castigaba sin salir, yo merodeaba con la bicicleta alrededor de su casa buscando alguna señal en su ventana o esperando que saliera acompañada de su hermana mayor para hacer algún recado. Rara vez aparecía pero si sentía abrirse su portal me daba un vuelco el estómago. Así fue como, en aquel barrio obrero, me convertí en caballero a pedales cuya única cruzada consistía en rescatar a mi princesa sin reino de una torre sin almenas y sin ascensor.