
Tengo que reconocer que al principio me impresionaste. Sé que es lo que pretendías: que me viera insignificante ante tu majestuosidad; así te resultaría más sencillo dominarme. Sin embargo, a medida que te fui conociendo, descubrí tus miserias y que sólo tu miedo te alzaba por encima de mi cabeza para someterme. Eres bella, lo sé. Pero también sé que tu belleza esconde tantos sacrificios y esclavitudes que ya no me sorprende ni emociona. Ya no te temo ni te amo. Por eso, ahora que no me dominas, por fin me siento libre.