
Cuando, en el año dos mil antes de cristo, los primeros almerienses se inventaron el botijo, probablemente no supieran que mediante una ecuación se podía calcular el grado de enfriamiento del agua en el interior de la vasija pero como tampoco tenían nevera ni botellines, no se les ocurrió una manera mejor de refrescar el verano. Cuatro mil años después, electrodomésticos de última generación que presumen de ahorro energético conservan a la temperatura idónea refrescos de laboratorio. Sin embargo, cuando los geranios presumen de flores y el calor de la meseta aprieta, nada como un trago del botijo para calmar la sed.