
Cuando tuvieron que salir del pueblo apenas pudieron llevarse una pequeña maleta con dos mudas y un viejo abrigo. Los primeros años aún había quien les daba cuenta de la casa: el viento se ha llevado una teja, la puerta está cediendo… pero, poco a poco, todos fueron marchando y en la aldea sólo quedaron los escombros de felicidad olvidada.