
En mi cabeza brotaba un río de ideas que fluía sobre el papel impregnándolo de tinta. Las letras dibujaron cascadas ascendentes, torrentes y meandros que sedimentaron sobre la fibra blanca dejando huella imperecedera de mis pensamientos. Alguna vez me precipité al transcribir alguno de ellos y luego, arrepentido, decidí tacharlo pero bajo la maraña de garabatos siempre se adivinaba la palabra. Acostumbrado al teclado, más de una vez pensé “suprimir” o “deshacer” pero en la hoja, como en la vida, no se puede volver atrás.