
Terminada su actuación, los músicos volvían a casa por un callejón oscuro al tiempo que rebuscaban en los bolsillos con qué pagarse la cena. Absortos en su conversación sobre el brillante solo del trompetista en el tercer tema y de “la cagada” del batería a mitad del concierto, la aparición les pilló de improviso; armado con un pliego de leyes, un gobernante les cortó el paso: “¡Manos arriba, esto es un atraco!”