
Bien sabes que no me gustan las banderas. ¡Ninguna bandera! Pero cuando el asta de la cuerda sujeta el paño de tu blusa y el viento la ondea tras los girasoles del otoño como único escudo, siento ganas de nacionalizarme en las fronteras de tu piel, desfilar ante el tendal con tu ropa y besar la tela que mañana te acariciará.