
Aquella noche sopló como un mirlo. A pesar de sus frecuentes veladas brillantes, nunca antes había sonado así. Las notas que salían de su flauta parecían alas de mariposa que revolotean en la tarde de verano. Le escuchamos inmóviles observando la línea que dibujaba en el aire aquella melodía que se desvanecía con la llegada de un nuevo sonido más bello aún que el anterior como la estela de un reactor en el cielo. Quizá él supiera que esa voluta de humo llegaría a los oídos de ella. O quizá fuese su mirada clara, aún presente en la retina del flautista desde la noche anterior, la que inspirase aquellas notas como versos.