
Una semana tiene ciento sesenta y ocho horas. El fin de semana sólo cuarenta y ocho. Si restamos las que se emplean en dormir, comer, traslados y otras tareas habituales, nos quedan unas veinticuatro. Si ya el domingo a medio día empezamos a desear que llegue de nuevo el viernes, renunciamos al ochenta y cinco por cien de nuestra vida; o sea, como si viviéramos quince años en vez de cien. ¿Eso es lo que quieres? ¡Allá tú! Yo no pienso renunciar a ningún minuto; aunque sea de lunes.
Completamente de acuerdo