
Nos pilló tan desprevenidos que no pudimos negarnos. Aquella noche, además, celebrábamos cada risa y cada paso; quizá por eso decidiéramos incluir las predicciones en la gala aun vacíos de fe. Quizá también nos embriagara el aroma del romero o de la manzanilla o del puerto y nos abrimos de oídos. Cuando una boca despoblada, sin máster en psicoanálisis, comenzó a enumerar los síntomas de aquellos corazones enfermos que se escondían en el jolgorio, se hizo el silencio. Podríamos culpar a la noche, al alcohol o a nuestros ojos transparentes pero nunca podremos negar que cuando escuchamos una a una las propias miserias junto a una rama de romero, un escalofrío nos congeló.
Esa mujer me transmite malas hondas,
Yo la veo y doy media vuelta, sinceramente le
tengo miedo.