
Esa mañana dejé descansar al despertador y me levanté de la cama cuando los huesos me lo pidieron. Salí a pasear sin rumbo, sin prisa y sin cámara porque no tenía ninguna obligación. O eso creía yo porque cuando tan sólo había avanzado unos metros, un árbol me asaltó ordenándome que volviera a por mi herramienta y me pusiera a trabajar inmediatamente. Y yo, que soy un mandado, le hice caso.