
Una tarde de verano, Margarita comenzó a caminar por la playa mirando sólo como sus pies descalzos se hundían en la arena, gozando con la brisa sobre su piel desnuda, alimentándose del aroma salado. Antes de que se diera cuenta, la noche se le vino encima, levantó la vista y se vio perdida. Entonces sintió la arena fría, la brisa, vendaval y el aroma amargo. Deshojó una a una las dudas de su nombre preguntando por el camino de vuelta pero cuando se quedó sin pétalos seguía desorientada. Ya se había decidido a seguir avanzando, sólo por inercia, hacia la única luz del ocaso; entonces, volvió a parar y en sus entrañas halló el Satélite de Posicionamiento Global.