
Recuerdo aquel verano como si sólo hubieran transcurrido unas semanas. Recuerdo las risas y los besos, los paseos con sus charlas interminables, las noches sin sueño y las mañanas sin prisa. También recuerdo tu repentina afición por fotografiar cada uno de esos momentos; “no quiero olvidarme de nada”, decías. Quizá por eso no he perdido ninguno de aquellos instantes felices, porque cada vez que rebusco en mis cajones tropiezo con el rastro químico que dejaste abandonado el día de tu huida.