Había una estación fantasma. Todas las tardes al volver de clase la veíamos. Interrumpíamos la conversación para observar cómo pasaba a toda velocidad a través de las ventanillas e inventábamos historias que transcurrían en sus andenes abandonados. Después, recuperábamos la realidad del vagón repleto de caras vacías que regresaban, aunque nosotros sólo veíamos figuras difuminadas, ajenas a nuestras ilusiones. Cada día se producía un instante de silencio cuando nuestras miradas se cruzaban y un cosquilleo subía desde el ombligo hasta la garganta. Entonces llegaba mi parada y bajaba volviendo la mirada para observar como ella quedaba sola en un rincón del vagón, abrazando el libro de inglés.
Fantasma
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