
Ella me hablaba y hablaba. Yo intentaba escucharla, lo prometo, pero no tengo ni idea de lo que decía. No porque no me interesara su conversación, sino porque mis cinco sentidos no daban a basto para procesar tanta información; tan ocupados que andaban, embriagados por su aroma, ciegos de tanto mirarla… locos de tanto desearla.