
Nuestro universo entonces era diferente: el horizonte no llegaba al final del barrio; los compromisos se limitaban a terminar los deberes y la merienda; los viajes más largos se hacían en el asiento trasero de un coche pequeño hasta el pueblo de donde emigraron los padres. Nuestro universo entonces era diferente: un beso en la mejilla ruborizaba un rostro; una caricia en la mano prometía paraísos; una margarita deshojada paraba o aceleraba el corazón.
Nuestro universo entonces era diferente, pequeño pero fantástico, desconocido, lleno de sorpresas… delicioso.