
Resbalaba, tropezaba o caía cada tres o cuatro pasos, por eso avanzaba despacio. Sin embargo la atracción de la cima podía a la fuerza de sus piernas. Comenzó de pequeño, jugando al Rey de la Montaña en las escombreras del barrio; más tarde trepó todos los montes cercanos y terminó buscando en los mapas las cumbres más elevadas. El esfuerzo de la escalada siempre se compensaba con la satisfacción por la llegada. Desde arriba podía contemplar el duro camino recorrido, el mundo entero a sus pies y otra montaña más alta.