
Mírala, no se ha despertado ni para la foto. Y eso que hoy es un día especial. ¡Vamos, despierta! ¡Ponte guapa para la foto! ¡Qué no todos los días se cumplen diez años! Ni por esas. Ha abierto un ojo con desgana, me ha mirado de medio lado y ha vuelto a cerrarlo. “Haz lo que quieras pero no me molestes”, ha debido pensar. Así, mientras ella duerme, yo celebro su décimo cumpleaños. Hablo de Ita, mi gatita: pequeñita y bonita. Siempre a mi lado desde aquella primavera ya lejana en que entró por la puerta y la tristeza se marchó de casa. Cuando le acaricio el lomo me mira con sus ojitos verdes y acerca el hocico para que le de un beso. Así es imposible sentirse triste. Siempre le gustó escalar por los pantalones. Yo creo lo hace para estar más cerca de las personas y así poder dar más besos. Le dices: Ita, dame un beso y acerca su morrito rosa y frío a los labios o a la nariz y lo restriega con delicadeza. Y es que entiende todo lo que le dices, por eso le hablo como se habla a una persona. Aunque a lo mejor es al revés y ella entiende todo lo que le dices porque nunca le hablé como si fuera un gato.