
Al principio quería que el tiempo pasara muy rápido para llegar antes a ser mayor y llenó su vida de relojes y calendarios que consultaba constantemente para comprobar el avance de los minutos: “Falta media hora para que termine la clase; faltan tres días para el sábado; faltan cinco meses para mi cumpleaños; faltan dos años para…” La hora, el día, el mes y el año señalado, llegaban ineludibles sin que el segundero se detuviera para celebrarlo. Cuando se dio cuenta escondió todos los relojes, dejó de consultar el calendario y empezó a paladear los instantes ignorante a las cuentas. Pero el tiempo seguía corriendo.