
Nadie acudió a reponer los dientes de las catalinas melladas cuando se cansaron de girar al ritmo de la corriente. El molinero se había marchado a lavar los platos sucios de una taberna de Stuttgart, donde paisanos suyos ponían tornillos a coches de lujo que nunca llegarían a conducir. El agua tenaz y paciente se apropió del espacio del centeno mientras los hijos del molinero aprendían para funcionarios en una academia de la ciudad vieja iluminada por fluorescentes. Ahora que la niebla oculta las piedras enmohecidas de la vieja acea, aquel molinero pasea al resol de la mañana y recuerda su infancia junto al río. Sus nietos, que no conocieron el aroma del cereal recién majado, buscan de nuevo el futuro con la mirada puesta en una gran ciudad del norte.
Es brutal! Me encanta!