
La rutina me viste después de levantarme con puntualidad y la cocina inútil me mira silenciosa. Cierro la puerta por fuera dejando tu casa (“que no es mía sin ti“) tan vacía e inquieta como el día que te marcharon. Hay días que no le encuentro el sentido pero sigo bajando al bar y, sin quitarme el sombrero, me pongo una sonrisa, pido un café con porras y me enfrento al día.