
Las gotas de agua que corren por el cristal desenfocan el escenario de mi huida. Los paisajes desdibujan sus bordes y el vaho acumulado en las ventanas neutraliza los colores. Un vaho similar al que, meses atrás, protegiera nuestro amor de miradas extrañas cuando nuestros cuerpos sudorosos ignoraban el frío externo desde el asiento trasero del coche. Los pasajeros que llenan el autobús parecen maniquíes. Nada tiene vida a mi alrededor; tampoco el paisaje impresionista al otro lado de la ventanilla parece vivo, sino el cuadro de un pintor melancólico al que se le terminaron los colores. Las gotas de agua que corren por el cristal desenfocan el escenario de mi huida. O quizá sean las lágrimas que corren por mis mejillas empañando la mirada.